La histeria después de los atentados del 11 de septiembre no tiene límites, cualquiera que se encuentre en un avión piensa que podría ser el siguiente, pero... hasta donde se obsesiona uno para con dos palabras que oiga, en idioma que le es ajeno dar la voz de alarma.....
Dinike cerró los ojos y trató de acompasar sus rezos con su respiración, a veces esta táctica conseguía disipar los miedos que la provocaban taquicardias, pero claro, todo depende del miedo, cuando era pequeña y se trataba del miedo a los animales casi siempre conseguia dominarlo, menos el que le infundía Punch.
Cada día de camino al colegio debía pasar por la verja de los Van-Bukner y enfrentarse al excitante pero aterrador riesgo de que el enorme pastor alemán estuviera en el jardín, cuando la familia lo dejaba olvidado fuera del hogar, el pobre animal reaccionaba ante cada viandante, para él debía ser una locura estar pendiente de todos, para Dinike, oir la carrera, los ladridos y el choque final del peso del perro contra la verja, pensando en cada ocasión que esa vez se rompería, era una verdadera tortura.
Antes de doblar la esquina que la situaría en no más de cinco pasos frente a la verja, realizaba tres profundas respiraciones y se repetía así misma; nada va a pasarte, la verja no cede, él no puede rozarte. Durante los escasos tres segundos que tardaba en situarse a la altura de la verja, la funcionaba, si Punch estaba en la casa oía su ladrido a lo lejos y respiraba tranquila, sin embargo, cuando oia las pezuñas rapar el suelo al arrancar en la carrera su corazón se aceleraba más y más hasta que el perro chocaba en la verja, momento en el que empezaba su desesperada carrerar que no pararía hasta sentarse en su pupitre en la escuela.
En los aviones tenía la misma sensacion, cada vez que montaba, se sentaba en su asiento y comenzaba a pensar en los riesgos que correría durante el trayecto, riesgos variables en número en función del tiempo de estancia en ese aparato infernal. Cuando comenzaban a arrancar los motores, igual que haría en su infancia en la esquina de la calle de los Van-Bukner repetía respiraciones y trataba de tranquilizarse, así hasta que comenzaba a andar el avión que debía cerrar los ojos para evitar gritar mientras el ritmo de su corazon de aceleraba peligrosamente quedandose siempre a punto de estallar en el momento en que terminaba la ascension y el avión avanzaba con suavidad.
Esta vez, no fue una escepción sin embargo el tiempo de tomar la altura necesaria para recuperar la posicion plana fué agradablemente breve, y la suavidad del piloto permitió que al recuperar el contacto con la realidad no se encontrase tan noqueda como en otros viiajes, tan solo lo suficiente como para poder alcanzar a escuchar y entender el final de una conversación lejana en un idioma remoto pero que le era conocido.
Durante unos segundos no fue capaz de identificarlo, pero pronto recordó su tía, la hermana pequeña de su madre casada con un imponente cubano que cada verano trataba de darle unas lecciones someras de tan exótico idioma. El recuerdo de su tía la reconfortó profundamente hasta que por esas estrañas operaciones mentales del entendimiento retardado comprendió lo que su compañero de asiento dijo Volaremos por los aires....
Un sudor frío recorrió su cuerpo mientras la ya superada taquicardía volvía a martillear su pecho, por unos segundos no supo que hacer, trató de no alarmar al español que sonría con una mueca torcida, en un ataque de lucidez comprendió que debía dar la voz de alarma, aunque muriesen igual, aunque pusiese su vida en peligro, debía agarrarse a la última esperanza para evitar que ese loco hicier estallar la bomba que llevaba consigo.
Con toda la discreción y normalidad que fue capaz de transmitir en su estado, se levanto y caminó sin mirar atrás, al llegar al puesto de azafatas seleccionó a la que creyó más caval y apartandola a un lado susurró en su oído lo que acababa de suceder. Las miradas de las dos mujeres se cruzaron en un gesto que ambas interpretaron como de máxima responsabilidad en la tarea que se traían entre manos.
Dinike, tuvo que repetir sus respiraciones antes de ser capaz de regresar a su asiento y esperar, junto al que podría haber sido su asesino, a ser rescatada, mantuvo la compostura hasta que el tobogán de emergencias la puso en el asfalto de la pista de la que partio su avion. Momento en el que un rio de lagrimas sordas recorrieron sus mejillas, Dinike no ha vuelto a sentir miedo.
Nota: basado en una noticia real.
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Y eso que el colega era de Soria y no de Siria
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